“El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural, y tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado.” – Papa Francisco
La crisis ecológica que estamos enfrentando tiene que ver con mucho más que sólo cambio climático, reciclaje y sustentabilidad. Necesitamos un replanteamiento de nuestras narrativas culturas más básicas. No se trata sólo de buscar energías renovables, sino de cuestionar el marco de aquellas creencias y costumbres que nos han acomodado en una cultura centrada en el crecimiento económico y el consumismo. Una crisis de civilización requiere transformaciones civilizatorias, que nos permitan generar un nuevo modelo de civilización, cuya configuración no sea solamente asunto técnico, económico o científico, sino que toque las fibras más profundas de las relaciones entre la especie humana y la naturaleza. Bajo esta óptica, una auténtica propuesta de sustentabilidad debe trascender la doble explotación que el poder político y económico ejercen actualmente sobre el trabajo humano y la naturaleza.
Desde luego, una transformación cultural de este tipo nos abre a preguntas éticas y antropológicas fundamentales. La cultura occidental se ha construido con base en un antropocentrismo que considera el mundo no-humano sólo desde una perspectiva instrumental. Pero esta perspectiva falla en reconocer nuestra absoluta dependencia de la naturaleza, e impide que nos comprendamos a nosotros mismos como parte de los ecosistemas. Y así, la ilusión de creernos ecológicamente invulnerables, como si estuviéramos más allá de la de la naturaleza, no permite que reconozcamos nuestra identidad ecológica:

Cuando nos hiper-separamos de la naturaleza y la reducimos conceptualmente, no sólo perdemos nuestra habilidad de empatizar y comprender la esfera no-humana en términos éticos, sino que desarrollamos un falso sentido de nuestro propio carácter y ubicación, que incluye un sentido ilusorio de agencia y autonomía.[2]
Esta incapacidad para reconocer la forma en la que el mundo no-humano contribuye y sostiene nuestra vida, deriva en una visión instrumentalista y de dominio respecto de la naturaleza. Lo cual nos inserta en el ámbito de la justicia y la ética, porque fallamos en conservar y transmitir la vida para los otros. Fácilmente podríamos resistirnos ante la idea de que tenemos deberes morales para con la naturaleza. Pero la cuestión se vuelve ineludible cuando comprendo que no se trata tanto de ambientalismo, como de justicia social. De un modo constitutivo, yo soy una persona definida por mis relaciones. Ninguna persona existe por sí misma. En consecuencia, mi meta no puede ser sólo el bien propio, porque co-existo con los demás. Al reconocerme como persona relacional, comprendo que la meta es el bien común, de tal forma que perseguir mi bien particular, debe contribuir con el bien común. Ese bien es orden, seguridad, paz, defensa común… en pocas palabras, justicia, justicia social.
Recordemos que la solidaridad es un principio según el cual las personas colaboran a la realización de los derechos de los demás sin que haya un débito estricto. En este sentido, yo solamente tengo un deber estricto de asegurar el sano crecimiento de mis hijos, pero la solidaridad me mueve a no permitir que cierto niño muera de hambre en la Sierra de Tepotzotlán. Es un principio de cooperación. Por eso, “el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres.”[3] Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen verse frustrados no sólo por el rechazo de quienes tienen el poder, sino también por el desinterés y la apatía de cualquiera de nosotros…
¡¡La ecología no sólo es una cuestión verde… es humana, social, cultural y política!!
¿Por dónde vas a comenzar tú?
[1] Papa Francisco, Encíclica Laudato Si, n. 7. [2] Val Plumwood, “Nature in the Active Voice” en Ecological Humanities, AHR 46 (May 2009). [3] Papa Francisco, Encíclica Laudato Si, n. 158.